lunes, mayo 29, 2006

Magia en el aire


Sé que no existen los Reyes Magos, pero cada mañana del 6 de Enero, cuando contemplo la cara radiante de felicidad de mi sobrina de cuatro años, creo en ellos... y creo en Papa Noel, hadas, duendes, trasgos, meigas y todos los seres fantásticos del universo.
Para mí, cada uno de esos seres representa una emoción, un sentimiento, o un concepto, son la personificación de los sueños y pesadillas que vivimos cuando no dormimos. ¿Acaso no es un verdadero hechizo la concepción de un niño?, ¿No sentimos cuando nos enfrentamos a un problema, la misma angustia o miedo que nos daría una casa encantada?, ¿Cuántas veces habéis perdido inexplicablemente unas llaves y pensado en los duendes?, y si habéis sufrido un accidente sabréis que, en los escasos segundos que dura todo, el cuerpo y la mente se paralizan de terror como lo harían ante un enorme dragón exhalando fuego...
No nos damos, o no queremos darnos cuenta, pero la “Magia” nos rodea cada minuto de nuestra existencia, da igual que lo llamemos “ángel de la guarda” o buena suerte, “maldición” o dolor, descuido o “trasgo”... Podemos ser escépticos, dudar de todo y empecinarnos cada día en mirarlo todo a la luz de la razón, pero en el interior de nuestro armario, como en el fondo de la caja de Pandora, siempre quedará algo en qué creer.
Y pobres de nosotros si ese cajón se encuentra vacío, porque perder la ilusión equivale a haber tirado la toalla.
Los humanos hemos recibido el inestimable don de la imaginación, un poder inmenso que se ha convertido en muchas ocasiones en el motor del mundo: aquellos que fueron capaces de cambiar las cosas lo hicieron porque imaginaron “a priori” que podían conseguirlo.
Ya tenemos los pies bien pegaditos al suelo durante 364 días al año, ¿qué tiene de malo que dejemos crecer nuestras alas y aprendamos a volar el 365?
Al fin y al cabo, como dice el refrán “una vez al año no hace daño”... ¿ no?

viernes, mayo 26, 2006

En el corazón II

Decidido a dar un escarmiento a su ahijado Zeus le pidió a Atenea, su hija predilecta, que idease un castigo para el príncipe, con la intención de corregirle antes de que fuese demasiado tarde.
Atenea elaboró una estratagema usando como cebo la propia ambición del muchacho: se presentó en la isla bajo la forma de un viajante extranjero y se dirigió a palacio, una vez allí pidió asilo al monarca, y Kairós, haciendo gala de su fama de hospitalario, alojó a la diosa en su casa como invitado de honor. Acabada la cena el rey, según la costumbre, pidió al viajero que le contase de dónde venía y hacia dónde iba, y Atenea –que era esto lo que esperaba- comenzó a relatarle los numerosos viajes que había realizado, enumerándole las maravillas que había encontrado a lo largo de su peregrinación... y mientras tanto, Kamús no dejaba de escuchar extasiado, imaginando los tesoros y tesoros que describía, y cuanto más escuchaba, más deseos le entraban de poseer todo aquello...

Y así fue como la inteligente diosa tejió la tela de araña en la que el príncipe quedaría atrapado; días más tarde, cuando ya el viajero se había marchado, el joven seguía pensando en algo de lo que había dicho: había hablado de un lugar en el que existía un maravilloso tesoro, tan espléndido que ni aún sumando las riquezas de todos los reyes podría ser superado en valor. Kamús se volvía loco pensando y decidió que ese tesoro tenía que ser suyo.

De este modo dejó su país, abandonó a sus venerables padres y se lanzó a la búsqueda solitaria de aquello que creía ya en sus manos, sin pensar por un momento en aquél Tántalo, castigado por su codicia a pasar hambre y sed eternamente.

Sin saber qué rumbo tomar se dirigió primero a Argos. Allí fue hospedado por Acrisio, descendiente de Dánao –que no había podido evitar que su hija Dánae, fecundada por Zeus bajo la forma de lluvia dorada, diese a luz a Perseo- El rey de Argos no pudo darle noticias y tras unos días Kamús se marchó hacia Cnosos; aquí encontró a Teseo que trataba de acabar con el Minotauro con la inestimable ayuda de Ariadna y su hilo (sin el cual se habría perdido en el laberinto de Dédalo y su hijo Icaro) Tampoco el rey Minos había oído hablar nunca de tal tesoro, y nuestro joven príncipe abandonó la isla junto con Teseo.

Llegó con el ateniense hasta la isla de Naxos, en la que se adoraba a Dionisos. Tras despedirse de su amigo, Kamús recorrió todas las islas, siempre buscando noticias, pistas que le llevasen hasta el deseado tesoro... pero no las encontró. Buscó en Rodas, donde Perseo liberó a Andrómeda; buscó en Mileto, en Efeso, en Samos, en Chios, en Tebas –patria de Edipo-, en Lemnos, donde Jasón y sus argonautas yacieron con las mujeres asesinas de sus maridos; Estuvo en Troya, frente a los muros de la destruida ciudad del rey Príamo... Infinitos fueron los lugares y las personas que encontró el joven en su viaje.

Habían pasado siete años desde que el arrogante joven dejó su tierra; durante este tiempo conoció lugares hermosos y gentes amables, encontró amigos dispuestos a tenderle una mano, vivió mil y una aventuras, pero nunca halló lo que buscaba. En realidad ya casi había olvidado el motivo de su viaje. Mnemósine se había apartado de él.

Estaba a punto de llegar al final de su peregrinaje, sólo que no lo sabía. Zeus había decidido que el castigo terminase y lo había guiado hasta el mismo monte Olimpo, allí, Kamús iba a encontrar por fin su tesoro... Cuando llegó al pie del monte el príncipe observó al viajero que, con sus palabras, lo había encandilado en el palacio de su padre; se fue acercando lentamente y a medida que avanzaba creía ver cómo una luz rodeaba al hombre; al llegar junto al viajero sus ojos no podían creer lo que estaba viendo: era la propia Atenea quien lo esperaba mostrándose en todo su esplendor:
“Has llegado hasta aquí después de recorrer innumerables caminos, buscando el tesoro que supera todas las riquezas de los más grandes reyes. Cuando saliste de la casa de tu padre eras un ambicioso y altanero jovenzuelo, pero el camino te ha enseñado a agachar la cabeza: ayudaste a aquellos que te necesitaron y has sabido mostrar tu agradecimiento a quienes te socorrieron a ti; has entendido por fin qué es lo que tiene verdadero valor... ahí tienes tu Tesoro.”

Fue entonces cuando comprendió que el tesoro siempre había estado con él, lo había acompañado desde el primer momento, porque ese tesoro no era otra cosa que lo habitaba en su corazón.

Y el pequeño Eros, sonrió...

En el corazon I

Hace ya mucho tiempo, en una lejana época en la que el Olimpo se alzaba majestuoso sobre la Hélade, y Zeus soberano reinaba sobre dioses y mortales, existía, al suroeste de la Arcadia, una remota isla conocida con el nombre de Atlántida, gobernada por un rey cuyo nombre era Kairós.

Los habitantes de la pequeña isla estaban orgullosos de su rey, un hombre recto y temeroso de los dioses que cumplía la ley y veneraba a las divinidades ofreciéndoles los debidos sacrificios. Y no sólo sus súbditos lo honraban: muchos extranjeros conocían y visitaban su reino, pues de todos era sabida su excelente hospitalidad.

Pero a pesar de tener el amor de los suyos, la existencia del buen rey no era feliz; como si de un castigo cruel se tratase las divinidades del Erebo se habían cebado en él: tres veces había tomado esposa de entre las mujeres de su país, tres veces habían sido éstas agraciadas con la siembra de Demeter, y tres veces Thánatos se las había arrebatado, así como a los hijos, para llevárselos a los dominios de Hades.

Así pues, el soberano había decidido vivir sin amor... y de esta forma transcurría la vida para él.
Un día, paseando por uno de los bosques cercanos a su palacio –única distracción que le entregaba un poco de felicidad -, observó en una fuente a una joven pastora que trataba de abrevar agua para su ganado, pero no era capaz, ya que la piedra que tapaba el pozo era demasiado pesada para ella; Kairós se acercó a ayudarla, la joven, al sentir sus pasos, se volvió, sus miradas se cruzaron... y el juguetón Eros disparó sobre ellos sus flechas dejándolos a ambos heridos de amor.

Volvió el rey a su palacio sin poder olvidar a Xaira, que así se llamaba la pastora, pues tan hermosa era que nada tenía que envidiar a la bella Helena -por quien aqueos y troyanos perdieron a sus valientes héroes, Aquiles y Hector -, y no resistió la tentación de regresar el día siguiente al bosque para ver de nuevo a su enamorada.

Desde que Eos aparecía y hasta que el carro de Helios se ocultaba para dejar paso a Selene se podía ver a la pareja regocijándose en su amor. Pero Kairós, pese a amar a la doncella más que a ninguna de sus anteriores mujeres no se atrevía a hacerla su esposa, por temor de perderla también... Y ocurrió que Afrodita, enterada de la fatal suerte de la pareja por la ninfa de la fuente testigo de su amor, se apiadó de ellos y le pidió a Zeus que fijase su mirada en la pequeña isla. El padre de los dioses comprendió entonces la injusticia que se había cometido con Kairós, porque ocupado con las trifulcas y reyertas de dioses y mortales, había dejado de lado a aquél que tan dignamente le había venerado, y para reparar en lo posible la falta concedió al atribulado rey la bendición de su nuevo matrimonio, bendición a la que se unió su esposa Hera, y le otorgó además el privilegio de acoger como su protegido al primer retoño que les naciera.

Se celebraron las bodas, a las que asistieron un gran número de invitados: Agamenón y Menelao, Odiseo y su hijo Telémaco, Hector y París, Teseo y Piritoo, y muchos más representantes de todas las regiones de la Hélade.

Y poco tiempo después los habitantes de Atlántida escucharon el llanto de un pequeño príncipe al que pusieron por nombre Kamús; tal y como había prometido Zeus lo apadrinó y ordenó a los dioses que honrasen al pequeño como se merecía; una por una las divinidades olímpicas fueron entregando sus regalos y, al igual que Pandora, la primera mujer modelada por los dioses, así Kamús fue recibiendo diversos presentes: Atenea le ofreció el don de la inteligencia; Ares el coraje guerrero; Dionisos la fecundidad; Artemis la habilidad para cazar; Apolo la puntería con el arco... Pero no todos los regalos fueron positivos, Poseidón, enojado con la reina Xaira por haberle rechazado, sembró en le corazón del niño, con ayuda de Eris –la discordia- la soberbia y la arrogancia.

Y pasó por dieciocho veces la estación en que la nieve cubre por completo a Gea, y dieciocho fueron las visitas que Perséfone hizo a su madre Demeter... Kairós se había convertido en un apacible anciano de barba blanca que observaba cómo los dones recibidos en su nacimiento se manifestaban en su heredero: Karús era ahora un jovencito hermoso, tan veloz en la carrera que habría podido vencer Atalanta, tan diestro en las peleas como Pólux, fuerte como Heracles y astuto como Hermes; pero era también orgulloso, como aquella Niobe transformada en piedra por haber injuriado a Leto. El anciano rey lo sabía, al igual que los mismos súbditos de la Atlántida que habían sufrido en sus carnes los desplantes del príncipe, y también Zeus que había seguido de cerca su crecimiento.

lunes, mayo 22, 2006

Eternidad

Vampiros, magos, personajes como Drácula o el Conde Saint-Germain nos fascinan por lo que representan: los mitos de la inmortalidad y la eterna juventud.

Yo también, como supongo que todos, he soñado con vivir para siempre. Y lo realmente curioso es que existe una época en la cual crees que eso es posible; una época en la que los accidentes, la enfermedad, la fatalidad le sucede sólo a los demás, nunca a ti. Pero un día llega La Muerte y, plaff , te despierta de una bofetada.
Y es entonces cuando aprendes lo frágil, lo insignificante que eres...

A doscientos metros de mi casa hay una cueva con más de veinte mil años; en la parte antigua de mi ciudad, las piedras llevan ocho siglos mirando pasar las generaciones; y yo me consideraré afortunada si llego un día a cumplir los ochenta años. Somos un segundo apenas en la hora de la Tierra y –oh, vanidad- nos atrevemos a llamarnos sus dueños!

Sé que la cueva que me ha visto jugar de niña ante su entrada seguirá ahí cuando yo ya no esté, y apuesto a que las piedras medievales me sobrevivirán también.
Sólo hay una cosa de mi capaz de resistir, como ellas, las arenas del Tiempo: el recuerdo que deje cuando me haya ido.
Y si el recuerdo es lo único que queda, ¿no creéis que merece el esfuerzo, mientras podamos, vivir de forma que hagamos ese recuerdo imperecedero? Pensad en aquellos –de los que ya no están- que recordáis y las razones por qué os acordáis y tal vez obtengáis pistas para comprender donde se esconde la verdadera inmortalidad.No es necesario ser un mago, ni un alquimista, ni un vampiro: basta con que hagamos de nuestra vida algo digno de vivir para siempre en el corazón de quienes nos hemos cruzado por el camino.
Y cuando aquellos que nos recuerdan desaparezcan, serán recordados a su vez. Por los siglos de los siglos...

lunes, mayo 15, 2006

Dejate caer y ábreme los brazos...

Confianza. Un bello concepto.
Existe una técnica que se usa en terapias sobre la confianza. Consiste en ponerte de espaldas a la persona, o personas, en las que has de confiar y, sin mirar hacia atrás, dejarte caer a plomo esperando que te sujeten antes de que llegues al suelo.

Parece fácil ¿verdad? Pues no lo es.

Por muy segura que creas estar de quien está detrás de ti, la sensación que recorre tu cuerpo mientras te dejas caer es lo más parecido al pánico que pueda imaginarse; pero cuando notas unas manos que te sujetan, a escasos centímetros del suelo, el miedo se libera en una explosión de felicidad, un orgasmo de autentica satisfacción e infinita gratitud...

Después te toca a ti ponerte detrás; y no, tampoco resulta sencillo.

Piensas “la voy a coger”, y el diablillo malvado de tu cabeza te responde “¿y si no puedes con ella?” “¿De verdad se merece que la sujetes?”; ¡zas! Extiendes las manos y consigues que no caiga, y te sientes bien. Pero basta con que la duda se prolongue un segundo más allá de lo necesario y ya es demasiado tarde. Y el ruido que hace su cuerpo al golpear en el suelo resuena como un eco en tu corazón.

Aunque, en realidad, el resultado es lo de menos, no es el final, sino el principio lo que vale. Ya sea en una u otra posición tú solo eres responsable de lo que tú haces; no tienes capacidad para saber o influir sobre lo que la otra persona va a hacer, y ahí es precisamente donde reside la confianza. Es uno mismo quien decide si dejarse caer o no; y uno mismo también quien alarga o encoge los brazos: uno mismo quien confía y da confianza.

Duele que te dejen caer; duele también que no se dejen caer.

Pero no importa cuantas veces golpees el suelo, o cuantas te queden con los brazos abiertos esperando. Porque si no te lanzas, nunca descubrirás quien está dispuesto a sujetarte; y si no abres tus brazos, jamás sentirás la inmensa alegría que supone recibir a alguien en ellos...

jueves, mayo 11, 2006

Una del oeste

Cuando los primeros colonos pisaron las extensas praderas del oeste americano y se encontraron con las tribus de los indígenas se produjo el inevitable choque entre dos visiones del mundo: para los indios la tierra era una madre que les proporcionaba todo lo necesario para vivir; para los vaqueros, una esclava a la que exprimir hasta sacarle la última gota de sangre.
Todos sabemos quien ganó la partida; y no fue porque tuviesen la razón, sino sencillamente porque eran mas y estaban unidos.

El “mundillo del misterio” del que soy una apasionada aficionada me recuerda cada día más a una peli del oeste. Un puñado de indios dispersos, cada uno de su tribu, intentando resistir a toda costa; y un grupo de blancos que se unen para fulminarlos, guardando, eso sí, una bala en la recamara de su pistola, destinada a cualquiera que intente robarles su oro... sea indio, o no.
Y como siempre, es la tierra, el misterio en este caso, la que sale perjudicada.

No quiero entrar a discutir quien lleva la razón, no me parece que haya buenos ni malos, porque como decía mi abuela “en este jodido mundo nada es verdad ni mentira, todo según el color del cristal con que se mira”, y entiendo que cada cual tiene sus motivaciones para actuar como lo hace, allá cada uno con su conciencia. Lo que está claro es que, tanto unos como otros, se equivocan cuando desvían sus antipatías y diferencias profesionales al terreno de lo personal. El insulto solo califica al que lo profiere, no al que lo recibe.

Pero me apena ver como vuelan los dardos. ¿Acaso no hay sitio para todos?

La vida, el mundo, el universo entero esta aún lleno de misterios por descubrir. No es necesario inventarlos, como tampoco hace falta darles una explicación falsa, racional o irracional: lo hermoso es el misterio en sí.
Lo que yo quiero es saber qué, cómo, porqué suceden las cosas, comprender... y no voy a dejar de admirar la maravillosa complejidad del mundo y el ser humano al descubrir lo que se esconde detrás: Porque cada misterio aclarado es un paso mas en la escalera de la sabiduría; y no sé vosotros, pero yo nunca me cansaré de intentar subir esos peldaños...

Por mucho que los astros, fuentes y flores murmuren “ahí va la loca” a mi paso...

martes, mayo 09, 2006

ALGUNOS LUGARES PARA PERDERSE (Aunque sea con la imaginación) II

EGIPTO. El país de la Vida y de la Muerte. La muerte en las arenas, bajo Ra, el implacable disco solar; La vida en los juncos, junto al Nilo, señor de las aguas; La vida en los colores, sabores y olores de sus bulliciosas ciudades; La muerte en el silencio impasible de sus majestuosas necrópolis.
Un lugar para perderse y descubrir cómo y porqué nacieron los dioses...





PERU. Si los conquistadores hubiesen apartado su codiciosa mirada de los adornos que colgaban de los cuerpos de los indígenas habrían encontrado su “eldorado”. Pero no supieron - o no quisieron - ver que ese tesoro buscado se hallaba en los ojos, las manos y la memoria de un pueblo capaz de construir semejante ciudad en semejante lugar...


INDIA. El mayor monumento al amor de la más amada mujer. El rey que mandó construirlo paso los últimos años de su vida encerrado en una torre de la Fortaleza de Agra; desde la ventana de su celda contemplaba cada día el Tah Majal... Estoy convencida que alguna vez, al mirarlo, debió pensar que habría sido capaz de desmontarlo pieza a pieza, con sus propias manos, con tal de tenerla a ella a su lado una sola noche más...



viernes, mayo 05, 2006

Existió un bosque...

Supongo que todos conocéis la famosa frase del jefe indio “ No es la Tierra la que pertenece al hombre, sino el Hombre el que pertenece a la tierra”. Huracanes que golpean sin cesar, incendios que se multiplican, sequías, inundaciones... ¿ Qué le está pasando a Gea?

Mi madre se cabrea cada vez que ve el tiempo: Llueve en todos lados, menos aquí... la culpa es de los cacharros esos que mandan al cielo... Se refiere, claro está, a satélites y demás  Yo no podría ser tan categórica, no sé nada del cambio climático, ni de la investigación espacial... salvo que existen; lo que sí sé es que los inviernos de mi treintena no son los mismos que los de mi infancia. Tal vez sea que ahora soy más consciente, o quizás, que mi memoria me juega malas pasadas, a saber.

De lo que estoy completamente convencida es de que, ocurra lo que ocurra, los humanos somos los culpables. Nos creemos dioses, y tratamos todo lo que está en nuestras manos como el adolescente, niño ayer, trataría a sus juguetes abandonados en un rincón. No estoy en contra del avance científico, sino todo lo contrario: pienso que el hombre es un ser curioso por naturaleza y, que cuanto más conoce el mundo exterior, mayor es el conocimiento que adquiere de sí mismo. Además, hay un pequeño pensamiento, escondido en el fondo de mi cerebro, empeñado en repetir una y otra vez que aún hay remedio para los seres “inteligentes” que habitamos este planeta.

Pero me apena mirar hacia el futuro. No soy alarmista, ni vidente, no es necesario ser ninguna de las dos cosas para intuir que, de seguir por el camino trazado, las generaciones que están por venir se encontraran con una Madre Tierra en decadencia, como la mujer decrépita que fue orgullosa y bella en su juventud. Y me imagino a esos jóvenes sonriendo condescendientes ante el anciano, que con la mirada llena de añoranza, les cuenta que, de pequeño, vio crecer un bosque...

lunes, mayo 01, 2006

Entre el cielo y el infierno...

Un día despiertas con el alma cansada, la tristeza y el desanimo anidados en el corazón; A la mañana siguiente vas por la calle con una sonrisa de felicidad pintada en el rostro. Sin previo aviso, sin saber por qué...

Cualquier gesto, una mirada agradable, una palabra hiriente, y todo el universo se transforma a tu alrededor: los humanos nos movemos entre el cielo y el infierno. A veces ángeles, a veces demonios.
Frágiles como cristal, moldeables como arena mojada, flexibles como juncos; pero también duros como roca, escurridizos como agua, letales como puntas de flecha envenenada.

Seres inacabados camino de la perfección...

Cada uno de nosotros debería recorrer a solas el trayecto, lo cual no impide que compartamos alguna que otra etapa con los demás. Lo malo es cuando nos empeñamos en seguir el camino que le pertenece al vecino, abandonando el nuestro; o lo que es peor, cuando decidimos que el resto ha de seguir nuestro camino, lo quieran o no.
Es entonces cuando los obstáculos se convierten en trampas, las ayudas en distracción, las señales en desinformación.

Y el camino termina por desaparecer, dejándonos perdidos en medio de la nada.

No, no es fácil caminar, pero es mucho más angustioso quedarse varado en el centro de la encrucijada, sin saber que dirección tomar.

Por eso yo seguiré andando - con mis alas y mi tridente - procurando, eso sí, no salirme de mi vereda y tratando de no invadir el carril contrario... entre el paraíso y la condena camino de mi propia perfección.