lunes, agosto 28, 2006

Famosos de trapos... sucios

No suelo ver mucho la televisión, pero en ocasiones, cuando la enciendo, me encuentro zappeando por todos los canales con programas en los que se destripa la vida y hazañas de famosos, famosotes y famosillos.

Y me planteo la pregunta del millón: ¿qué es más importante, el derecho a la intimidad o la información al público?

Todos tenemos algo de “voyeurs” y nos encanta estar al tanto de lo que hacen y deshacen los personajes de la prensa rosa, la cultura, la política, o los medios de comunicación : disfrutamos morbosamente contando los divorcios del cantante de turno, las borracheras de nuestro actor favorito, o las peleas del escritor de moda… Tal vez porque ver sus miserias nos reconcilia con nuestras faltas y nos consuela de nuestra envidia. Nos damos cuenta que, al fin y al cabo, son humanos como cualquier hijo de vecino, con sus debilidades, sus vicios, y sus desgracias, y que ni el dinero, ni la fama, ni el glamour los libra de las preocupaciones y el sufrimiento.

El problema llega cuando se traspasa la línea de la curiosidad, y dejamos de “ver y callar” para comenzar a “ver y criticar”. En lugar de limitarnos a “limpiar” nuestra conciencia, nos convertimos en jueces con dedo acusador de la paja en el ojo ajeno; y deja de importarnos si el cantante tuvo éxito en su último concierto, o si el actor interpreto magistralmente su papel, o si el libro de ese escritor es un nuevo best seller.

Creo que es en ese momento cuando se rompe el equilibrio entre la balanza de la vida privada y la pública. Cuando nos interesamos más por la rutina del interior de sus moradas que por el trabajo que realizan, que es lo que debería ser público ¿no?

¿Qué tal le sentaría a un currito cualquiera que su jefe le baje el sueldo porque se ha enterado que no le hace bien el amor a su mujer? Pues igual de absurdo es que nos guste o deje de gustar un disco, una película o una novela porque su protagonista sea borracho, bajo, comunista, gay, sordo o prepotente. O porque sea guapo, comedido, fiel, generoso, simpático y buen amante.

Y lo peor es que cada vez que decimos “esa es una puta”, “aquél se pasa el día puesto”, “no gana para operaciones de cirugía”, "es un bastardo rojo", "un chulo que ni sabe escribir"… sea o no verdad, estamos haciéndole daño a esa persona y los que la rodean, cebándonos en sus defectos para no mirar los nuestros. Y sí, es cierto que hay personajes que se venden ellos mismos por un puñado de euros; pero no es menos cierto que, amparándonos en esos ejemplos de gente sin dignidad pagan justos por pecadores.

¿Qué tal si antes de convertirlos en diana nos ponemos por un segundo en su lugar? ¿Por qué no opinamos de su trabajo y sí de sus medidas, sus parejas, sus casas o sus familias? Es muy fácil criticar, y demasiado fácil también olvidar que los personajes públicos no son muñecas de trapo con cuyos sentimientos se nos permita jugar.

(Dedicada al amigo de un amigo)

lunes, agosto 21, 2006

Mientras haya sobre la tierra ignorancia y miseria...

Soy, desde muy pequeña, una apasionada de la lectura. Un ratón de biblioteca capaz de pasar horas mirando embobada las estanterías de libros, de quedarme noches enteras devorando historias. He leído cientos de volúmenes, unos me gustaron más, otros menos; me han hecho reír, llorar, enfadarme, emocionarme, temer, pensar, aprender. Pero hay, sin duda, un libro que adoro y que nunca me cansaré de leer: Los Miserables, de Víctor Hugo.

Una historia hermosa y a la vez desgarradora por la que desfilan todas las grandezas y pobrezas del ser humano: la degradación de Fantina, la bondad de Monseñor Bienvenido, la mezquindad de los Thenardier, la fragilidad de Cosette, el orgullo de Mario, la responsabilidad de Javert, la despreocupación del pequeño Gavroche, el apasionamiento de Enjolras… y por encima de todos, la superación de Valjean.

He releído esa historia varias veces, en español y en francés, y cada vez que lo hago no puedo evitar cerrar su última página con lágrimas en los ojos. Y lloro por Valjean, que muere en la plenitud de la felicidad tras toda una vida de sufrimiento; y por Javert, dividido entre el sentido del deber y el desconcierto; y por Fantina, que sufre la dolorosa pérdida de la fe en la vida; y por Gavroche, reflejo de los inocentes que aceptan su destino; y por Grantaire, personificación de la amistad por encima de los ideales; y por Eponina, que entrega su vida para que viva y sea de otra el hombre que ama.

Y me pregunto al dejar el libro cuantos “miserables” no habrá en este mundo: seres que sufren día tras día, enfrentándose a la pobreza, el odio, la envidia, la marginación o el dolor; que caen y se levantan una y otra vez; que retroceden un paso para poder avanzar dos; que cargan con la pesada losa de la incomprensión, la intolerancia y la burla de los demás…

Miserables, ¿dignos de conmiseración? ¿O de elogio?

miércoles, agosto 09, 2006

Cuenta las estrellas para mi...


La lluvia de estrellas de las Perseidas, popularmente conocida como las Lágrimas de San Lorenzo, tendrá su máximo de actividad en la madrugada del sábado al domingo 13 de agosto, concretamente a las 2.12 horas en la Península (1.12 hora en Canarias), aunque la Luna dificultará la observación.

¿Quién no se ha sentido pequeño alguna vez, al contemplar el cielo bajo la noche estrellada? ¿Quién no ha tenido un escalofrío de vértigo ante la inmensidad de lo infinito? ¿Quién no ha formulado un deseo al ver pasar una estrella fugaz?

Alguien me dijo una vez que en el desierto, donde ningún foco de luz en kilómetros a la redonda deshace la negrura de la noche, las estrellas innumerables brillan soberanas en la bóveda celeste: nos vigilan sonriendo y nos susurran sin palabras “míranos, estábamos aquí antes de que tu vinieses y estaremos cuando te hayas ido; al igual que la tierra que pisas, el sol que te calienta y la lluvia que te da la vida.”

Montes ardiendo por oscuros intereses, guerras estúpidas en el nombre de los dioses, inmigrantes que se ahogan buscando una vida mejor, países que mueren de hambre y enfermedad, cónyuges que confunden el amor con el “mi@ o de nadie”… y el universo, ajeno a nuestras cuitas, sigue su curso.

Y seguirá. Porque al universo nunca le han importado nuestras desgracias: los planetas no dejarán de girar por una tierra quemada, ni el sol apagará su brillo como duelo a los inocentes muertos, ni la luna retrasará su ciclo en solidaridad hacia las mujeres asesinadas. Y las estrellas seguirán brillando, aunque no las veamos, recordándonos con sus “lágrimas” que somos nosotros, los humanos, los únicos responsables de nuestra propia destrucción.

¿Cuál será vuestro deseo el domingo? El mío, que las constelaciones dejen de tener motivos para llorar…


miércoles, agosto 02, 2006

Gilipollas vs Jilipoyas

“-Papá, ¿burro es con b o con v? Uhmm, -Escribe asno. -¿Con hache? -Joer niño, pon Mulo y déjame ya de tonterías…”

¿Es importante la ortografía? Si y No.

Que una persona escriba sin cometer faltas de ortografía solo demuestra una cosa: que ha estudiado gramática. No tiene nada que ver con el CI, ni con la cultura, ni con la educación…

Suele ser una táctica comúnmente utilizada en las críticas el poner en tela de juicio lo que se dice argumentando el cómo se dice: detractar la forma para así invalidar el fondo. Y ciertamente, a los que defienden esta idea, no les falta del todo la razón puesto que, al fin y al cabo, cuanto mejor te expreses, menor será la posibilidad de que seas malinterpretado. Pero, ¿hasta qué punto debemos radicalizar este argumento? ¿Quiere esto decir que aquellos que no saben ortografía son incapaces de expresar sus ideas? ¿No piensan? ¿No tienen derecho a opinar? ¿Son tontos? Los analfabetos, los niños, los extranjeros que no dominan el idioma… ¿No saben lo que dicen cuando hablan?

Ya se que pensareis que una cosa es escribir y otra hablar. Pero es que ahí es donde está la clave: las reglas de ortografía sirven para “representar” en la forma escrita todos los elementos que utilizamos en la lengua hablada. La puntuación, la acentuación, el léxico corresponden a las pausas, el tono, el énfasis, los gestos o el significado que utilizamos en la expresión oral (si no existiese, por ejemplo, la puntuación, nos asfixiaríamos –literalmente- al leer).

El objetivo de las normas ortográficas es el de reglamentar la expresión escrita para evitar, en la medida de lo posible, la ambigüedad del mensaje y facilitar la comunicación; en otras palabras, establecer un código común a todos los usuarios. La cuestión es que estas normas no aparecen de la nada (no es que los señores académicos se sienten y decidan “hoy vamos a poner como regla que se escriba un punto detrás de la palabra esternocleidomastoideo”…), tienen una razón de ser y un motivo por el que ser, aunque la mayoría de las veces esa procedencia se pierde, y los únicos capaces de reconocerla son los que se dedican a estudiar el lenguaje; para el resto de hablantes se convierten en una retahíla de reglas aprendidas de memoria en el colegio. Las utilizamos sin saber porqué debemos utilizarlas, otorgándoles el rango de “órdenes” cuando deberían ser “consejos”, y por eso nos arrogamos el derecho de discriminar a aquellos que no las obedecen, porque no saben o porque no quieren. Y olvidamos también que no todas las incorrecciones son igual de graves (no es lo mismo confundir una b y v en una palabra -ya que el contexto nos da su significado-, que utilizar mal una forma verbal cambiando el sentido de lo que escribimos), y que no todas las faltas son producto de la ignorancia (una persona nacida en zona yeísta tendrá problemas con la Y y la LL; un gallego podrá confundir V y B; un extremeño lo pasará mal con las J y H, etc.)

Es evidente que es aconsejable y necesario escribir bien (si cada uno escribiese como le diera la gana no podríamos entendernos), pero pretender crucificar intelectualmente a todo aquel que cometa una falta de ortografía me parece un despropósito: la función primordial del lenguaje es la comunicación, y si ésta se produce, si el mensaje llega, lo demás es accesorio: porque si yo digo “voy a poner el equipaje en la VACA” estoy segura de que nadie me va a visualizar atando una maleta al lomo del mamífero negro a manchas blancas ¿verdad?

Escribir bien, si, gracias… pero con sentido común y respeto.