Era una cocina enorme… o al menos a mí así me lo parecía.
Las baldosas de ladrillo rojo; la chimenea al fondo, siempre encendida; el agua fresca en las tinajas; leche de cabra, recién ordeñada;
Y mi abuelo, sentado frente al fuego con la mirada fija, perdido en sus pensamientos...
Recuerdo el columpio: una cuerda colgando de una rama del Eucalipto, junto al gallinero. El corral trasero, con el viejo carro. El huerto al lado de la charca. Los viajes a la fuente a lomos de la burra. Los ladridos de la “Pola” a nuestra llegada.

Ha pasado una eternidad. O tan sólo un suspiro.