lunes, julio 14, 2014

¡BUEN CAMINO!



Hace algún tiempo escribía en este blog sobre los peregrinos del camino de Santiago, preguntándome que sentían y qué motivos les habrían llevado hasta allí… Hoy mis palabras nacen del otro lado, hoy soy yo la peregrina.

Quince días de caminar, de pies doloridos, piernas cansadas y brazos abrasados por el sol. De encuentros, pérdidas, reencuentros y despedidas. Besos y abrazos, gratitud y la “morriña” al regresar. 

Ahora sé lo que se siente cuando tus botas pisan las piedras del Obradoiro y te dejas caer, agotada, bajo la sombra de las torres de la imponente Catedral: satisfacción, pena, alegría, cansancio… una amalgama de emociones difícil de explicar. Una experiencia inolvidable, una droga que se cuela por tus venas día a día y te hace desear más, continuar, repetir.

A ratos, sola, a ratos en compañía, siguiendo las huellas del que va delante, o escuchando los pasos del que viene detrás.  En el silencio aparente de los bosques, el bullicio de los descansos, el rumor del agua y el ulular del viento, las conversaciones de las aves.
Entre los verdes, marrones, y azules que dibuja el paisaje a tu paso.

Hay un camino para cada caminante, una razón, un pensamiento, una emoción.   
Hay un sonido para cada oído, una postal para cada mirada, un sentimiento para cada corazón. 

Fuera del espacio y tiempo de nuestro mundo particular, se instala la rutina diaria del caminar: el despertar con el sol aun no nacido, cremalleras sonando, haces de luz en la oscuridad; y un paso tras otro siguiendo la senda de amarillas flechas en busca del próximo albergue, el deseado destino al final de la jornada; duchas, colada, cena y momentos de relax… y la luna nos mira dormidos, en los sacos, soñando quizás con el fin de la tierra y el merecido reposo del guerrero.  Y con el nuevo día, vuelta a empezar…

En el Camino no hay país, ni religión, ni clase social. No importa de dónde vengas, lo que eres o lo que tengas. Todos somos “tortugas con la casa a cuesta” con un mismo objetivo: llegar hasta el final.  Nos reconocemos, nos entendemos, nos comunicamos en una curiosa mezcolanza de gestos e idiomas, nos contamos nuestras experiencias, nuestros anhelos, compartimos dolores, cremas e ibuprofeno, una comida, una cerveza, un café… Historias de vidas ajenas, anécdotas, buenos deseos de mejora y prosperidad. 

El Camino marca, sin que te des cuenta;  al acabarlo todos volvemos a nuestro universo de trabajos, familia, amigos y preocupaciones, pero ya nada es igual, algo ha cambiado en nuestra mente, algo se queda escondido en el rincón más profundo del alma, algo que nos enseña que pese a todas nuestras diferencias, al fin y al cabo, no somos más que un molde de carne y huesos relleno de eso que hemos dado en llamar “humanidad”… 

De un modo u otro, todos somos peregrinos en el Camino de la Vida, con la mochila llena, a medias o vacía, cada cual es responsable de aquello que quiera cargar, pero al final de nuestro peregrinaje, cuando lleguemos a nuestro “finis terrae” todos dejaremos atrás nuestro equipaje para descansar, o caminar  más livianos, quizás, por esos otros senderos del más allá…
¡¡BUEN CAMINO!!


jueves, abril 24, 2014

Ella



 












Perdida.
En la inmensa soledad de un vacío infinito.
En una vía láctea de promesas incumplidas.
En un universo de desilusiones.

Cansada.
De predicar en un desierto.
De buscar  un imposible.
De caminar a ninguna parte.

 Herida.
Por una traición no esperada.
Por un cariño malgastado.
Por una decepción malhadada.

Una sombra del Ayer , que no vislumbra su Mañana…

jueves, marzo 13, 2014

Confesiones de un corazón herido...



Rara, diferente, extraordinaria, única, sorprendente, autentica, excepcional, estupenda, loca, colgada, divertida, inteligente, leal, responsable, fuerte, romántica, traviesa, valiente, buena… “especial”
Son algunos de los calificativos con los que me han descrito en mi vida. Si, molan, es halagador y se agradece que te los digan… pero lo cierto es que empiezo a estar hasta los mismísimos (léase lo que se quiera): ¡cojonuda , pero sola!

A veces no puedo evitar sentirme como una jodida muñeca de porcelana en el escaparate, todos la ven y la admiran, alguno hasta la toca, pero ninguno se la compra. 

Hoy  mi amante se ha convertido  en  mi  amigo. No era lo que yo quería, pero él lo ha decidido así  y se ha buscado otra zorra con la que divertirse…
Lo conocí perdido y le ayudé a encontrarse; le entregué  todo y no resultó suficiente. Lo que recibí de él lo atesoro en lo más profundo de mí, y aunque lo agradeceré siempre, pagué por ello un precio muy alto: el del último pedazo de mi alma.

Dicen que debo olvidarme, que quien no me supo valorar no se merece mi  dolor, y probablemente tengan razón, pero ya se sabe de ese músculo bobo que no atiende a razones.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero los recuerdos duelen y las cicatrices permanecen.

Quisiera despertar sin el frio de la amargura recorriendo mis venas; desearía desterrar la rabia  y la impotencia de mi mente; querría viajar al pasado y borrar el momento exacto en el que todo cambió; me gustaría poder mirarle a los ojos sin gritarle un “¿por qué?”… imbécil de mí lo que anhelo es que me abrace y me cubra de besos y me susurre al oído que todo fue una maldita pesadilla.
Pero despierto del sueño, y el eco de la risa de su puta me devuelve a la cruda realidad.

Y por enésima vez, la muñeca en el escaparate sigue llorando…

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partió me a sangre fría el corazón.
Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.