Sentada en la plaza del Obradoiro, con el sol de la mañana asomando por detrás de la imponente catedral… Observo el movimiento de la gente que va y viene: compostelanos a sus quehaceres, grupos con sus guías, padres con sus pequeños, pandillas de amigos, y algún que otro turista solitario. Mochila al hombro, bastón de peregrino en mano; los puñales y las espadas sustituidas por una cámara digital.
Me pregunto que moverá a aquellos que un día deciden dar un paso hacia el Camino: ¿la misma fe o desesperación que a los de antaño?, ¿Amor por la historia?, ¿Espíritu aventurero? O ¿simple curiosidad?
Existen tantos motivos como viajeros, y sólo aquel que inicia el peregrinaje sabe porque lo ha terminado. Pero hay una cosa, hoy como ayer, que siglos después no ha cambiado: el cansancio en los pies de los que llegan, y los rostros alegres en los que se refleja la satisfacción por el esfuerzo logrado.
Me pregunto que moverá a aquellos que un día deciden dar un paso hacia el Camino: ¿la misma fe o desesperación que a los de antaño?, ¿Amor por la historia?, ¿Espíritu aventurero? O ¿simple curiosidad?
Existen tantos motivos como viajeros, y sólo aquel que inicia el peregrinaje sabe porque lo ha terminado. Pero hay una cosa, hoy como ayer, que siglos después no ha cambiado: el cansancio en los pies de los que llegan, y los rostros alegres en los que se refleja la satisfacción por el esfuerzo logrado.
1 comentario:
Esas mismas preguntas se las han hecho antes de partir los peregrinos que llegan a Compostela.
Es un viaje, a nuestro interior, un viaje iniciático a esa parte de nuestro ser que muchas veces se queda escondida en nuestros pensamientos.
UN beso
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