jueves, marzo 13, 2014

Confesiones de un corazón herido...



Rara, diferente, extraordinaria, única, sorprendente, autentica, excepcional, estupenda, loca, colgada, divertida, inteligente, leal, responsable, fuerte, romántica, traviesa, valiente, buena… “especial”
Son algunos de los calificativos con los que me han descrito en mi vida. Si, molan, es halagador y se agradece que te los digan… pero lo cierto es que empiezo a estar hasta los mismísimos (léase lo que se quiera): ¡cojonuda , pero sola!

A veces no puedo evitar sentirme como una jodida muñeca de porcelana en el escaparate, todos la ven y la admiran, alguno hasta la toca, pero ninguno se la compra. 

Hoy  mi amante se ha convertido  en  mi  amigo. No era lo que yo quería, pero él lo ha decidido así  y se ha buscado otra zorra con la que divertirse…
Lo conocí perdido y le ayudé a encontrarse; le entregué  todo y no resultó suficiente. Lo que recibí de él lo atesoro en lo más profundo de mí, y aunque lo agradeceré siempre, pagué por ello un precio muy alto: el del último pedazo de mi alma.

Dicen que debo olvidarme, que quien no me supo valorar no se merece mi  dolor, y probablemente tengan razón, pero ya se sabe de ese músculo bobo que no atiende a razones.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero los recuerdos duelen y las cicatrices permanecen.

Quisiera despertar sin el frio de la amargura recorriendo mis venas; desearía desterrar la rabia  y la impotencia de mi mente; querría viajar al pasado y borrar el momento exacto en el que todo cambió; me gustaría poder mirarle a los ojos sin gritarle un “¿por qué?”… imbécil de mí lo que anhelo es que me abrace y me cubra de besos y me susurre al oído que todo fue una maldita pesadilla.
Pero despierto del sueño, y el eco de la risa de su puta me devuelve a la cruda realidad.

Y por enésima vez, la muñeca en el escaparate sigue llorando…

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partió me a sangre fría el corazón.
Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.

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