viernes, mayo 26, 2006

En el corazón II

Decidido a dar un escarmiento a su ahijado Zeus le pidió a Atenea, su hija predilecta, que idease un castigo para el príncipe, con la intención de corregirle antes de que fuese demasiado tarde.
Atenea elaboró una estratagema usando como cebo la propia ambición del muchacho: se presentó en la isla bajo la forma de un viajante extranjero y se dirigió a palacio, una vez allí pidió asilo al monarca, y Kairós, haciendo gala de su fama de hospitalario, alojó a la diosa en su casa como invitado de honor. Acabada la cena el rey, según la costumbre, pidió al viajero que le contase de dónde venía y hacia dónde iba, y Atenea –que era esto lo que esperaba- comenzó a relatarle los numerosos viajes que había realizado, enumerándole las maravillas que había encontrado a lo largo de su peregrinación... y mientras tanto, Kamús no dejaba de escuchar extasiado, imaginando los tesoros y tesoros que describía, y cuanto más escuchaba, más deseos le entraban de poseer todo aquello...

Y así fue como la inteligente diosa tejió la tela de araña en la que el príncipe quedaría atrapado; días más tarde, cuando ya el viajero se había marchado, el joven seguía pensando en algo de lo que había dicho: había hablado de un lugar en el que existía un maravilloso tesoro, tan espléndido que ni aún sumando las riquezas de todos los reyes podría ser superado en valor. Kamús se volvía loco pensando y decidió que ese tesoro tenía que ser suyo.

De este modo dejó su país, abandonó a sus venerables padres y se lanzó a la búsqueda solitaria de aquello que creía ya en sus manos, sin pensar por un momento en aquél Tántalo, castigado por su codicia a pasar hambre y sed eternamente.

Sin saber qué rumbo tomar se dirigió primero a Argos. Allí fue hospedado por Acrisio, descendiente de Dánao –que no había podido evitar que su hija Dánae, fecundada por Zeus bajo la forma de lluvia dorada, diese a luz a Perseo- El rey de Argos no pudo darle noticias y tras unos días Kamús se marchó hacia Cnosos; aquí encontró a Teseo que trataba de acabar con el Minotauro con la inestimable ayuda de Ariadna y su hilo (sin el cual se habría perdido en el laberinto de Dédalo y su hijo Icaro) Tampoco el rey Minos había oído hablar nunca de tal tesoro, y nuestro joven príncipe abandonó la isla junto con Teseo.

Llegó con el ateniense hasta la isla de Naxos, en la que se adoraba a Dionisos. Tras despedirse de su amigo, Kamús recorrió todas las islas, siempre buscando noticias, pistas que le llevasen hasta el deseado tesoro... pero no las encontró. Buscó en Rodas, donde Perseo liberó a Andrómeda; buscó en Mileto, en Efeso, en Samos, en Chios, en Tebas –patria de Edipo-, en Lemnos, donde Jasón y sus argonautas yacieron con las mujeres asesinas de sus maridos; Estuvo en Troya, frente a los muros de la destruida ciudad del rey Príamo... Infinitos fueron los lugares y las personas que encontró el joven en su viaje.

Habían pasado siete años desde que el arrogante joven dejó su tierra; durante este tiempo conoció lugares hermosos y gentes amables, encontró amigos dispuestos a tenderle una mano, vivió mil y una aventuras, pero nunca halló lo que buscaba. En realidad ya casi había olvidado el motivo de su viaje. Mnemósine se había apartado de él.

Estaba a punto de llegar al final de su peregrinaje, sólo que no lo sabía. Zeus había decidido que el castigo terminase y lo había guiado hasta el mismo monte Olimpo, allí, Kamús iba a encontrar por fin su tesoro... Cuando llegó al pie del monte el príncipe observó al viajero que, con sus palabras, lo había encandilado en el palacio de su padre; se fue acercando lentamente y a medida que avanzaba creía ver cómo una luz rodeaba al hombre; al llegar junto al viajero sus ojos no podían creer lo que estaba viendo: era la propia Atenea quien lo esperaba mostrándose en todo su esplendor:
“Has llegado hasta aquí después de recorrer innumerables caminos, buscando el tesoro que supera todas las riquezas de los más grandes reyes. Cuando saliste de la casa de tu padre eras un ambicioso y altanero jovenzuelo, pero el camino te ha enseñado a agachar la cabeza: ayudaste a aquellos que te necesitaron y has sabido mostrar tu agradecimiento a quienes te socorrieron a ti; has entendido por fin qué es lo que tiene verdadero valor... ahí tienes tu Tesoro.”

Fue entonces cuando comprendió que el tesoro siempre había estado con él, lo había acompañado desde el primer momento, porque ese tesoro no era otra cosa que lo habitaba en su corazón.

Y el pequeño Eros, sonrió...

No hay comentarios: